REALIDADES DE UN ASILO
¡Qué dolor!
se quedó solo,
mirando lejano y abstraído
en su sillón antiguo.
A veces balbucea
palabras
que no dicen nada.
Su hija le trajo
unos guantes
para el frío de sus manos.
Se ha vuelto un niño
y sonríe a veces
para si mismo
con la mirada vaga.
Otras veces
una lágrima silenciosa
resbala
por su agrietado rostro.
¿Qué piensa?
quizás
una larga tristeza.
Ya en su espalda
el tiempo pesa
y se sostiene
a duras penas.
Como un infante
que está empezando
a caminar,
el anciano lo intenta,
aunque sus ojos
se han nublado
por los años,
y la falta de memoria
le impide conversar.
Llega la hora
de la despedida
casi siempre
muy temprano.
Se acerca la hija
a darle un abrazo,
y le dice:
Papá, ya regreso
cualquier otro día,
y luego se aleja
reprimiendo el llanto.
INGRID ZETTERBERG
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